miércoles, 18 de marzo de 2015

Carta de amor a un periodista



Querido periodista:

Tenemos que hablar. Creo que hay algo en nuestra relación que no va bien. No me malinterpretes, no voy a dejarte, ¡cómo podría hacerlo! Sabes mejor que nadie que no puedo vivir sin ti igual que tú, aunque no quieras verlo, tampoco vivirías bien sin mí. Nos necesitamos mutuamente y en eso se basa nuestro amor. Pero creo que ha llegado el momento de aclarar algunas cosas, por el bien todos pero especialmente, y perdona que te lo diga con tanta dureza, por el bien de tu trabajo y de tu profesión.

Quiero que entiendas que si te envío información o te propongo una entrevista, no te estoy pidiendo un favor ni dinero prestado.  No te estoy acosando ni ocupando tu espacio, ese espacio que con tanto celo cuidas y que yo, a lo largo de los años he aprendido muy bien a respetar. Si te llamo o te escribo te estoy ofreciendo información, que, por otro lado,  es la base de tu trabajo. Por lo que, de verdad, no hace falta que me trates como a un perro, que me escribas emails llenos de mayúsculas-gritos o que me desprecies cuando te llamo. Simplemente dime si te interesa lo que te ofrezco o no. Tú te ahorrarías esos malos ratos que pasas cuando con voz cansada  me perdonas la vida por teléfono. Yo, me ahorraría tener que explicarte que mi vida no está en juego en esa llamada, aunque quizá sí la tuya. Porque, querido, te lo digo por tu bien, porque sabes que te quiero, si no aprendes a escuchar no sabrás de dónde pueden llegarte los grandes artículos, a quién recurrir cuando quieras conseguir datos o qué puertas abrir para dar con un buen tema.

Siento decirte que deberías aprender de algunos de tus compañeros. De los que sí escuchan. De los que sí saben ejercer este oficio que tiene tanto de investigación y escritura, como de oído, de relaciones públicas y de buen hacer. No te cierres las puertas con esa mala actitud tuya porque medios hay muchos, amor, pero responsables de comunicación de una determinada compañía solo hay uno. O te lo ganas, o lo perderás para siempre.

He visto muchos presidentes y directores generales de empresas negándose a sentarse con periodistas como tú. He visto a medios quejándose porque ya no les enviábamos información de tal o cual empresa. Esas cosas también pasan, querido, porque no para todos eres tan importante como para aceptar que les trates de cualquier manera. 

Solo te pido, que a partir de ahora, pienses en esto antes de responder una llamada o un email. Por mi parte, prometo hacer examen de conciencia para ver qué puedo mejorar yo también en esta relación. Seguro que  también cometo errores. Si quieres, te animo a que me digas qué es lo que te molesta. Estoy dispuesta a cambiar para salvar este amor, que de tan usado, se nos está haciendo viejo.

En esta relación nuestra que tú entiendes de amor-odio, (más de odio que de amor) no hay buenos y no hay malos, amigos ni enemigos. Solo hay, o debería haber profesionalidad y buen trabajo. Yo ofrezco, tú decides. Tú llamas, yo respondo, muevo hilos, rebusco allí donde haga falta para poder responderte. Yo vivo gracias a ti. Y tú, aunque no quieras verlo, vives gracias a nosotros. A los cientos de agencias, responsables de comunicación y portavoces que responden a tus preguntas.


Querámonos entonces.